jueves, 29 de enero de 2015

Vastrahorn, destellos de una tarde

  
     Mañanitas de niebla, tardes de paseo, decimos por aquí.


     En Islandia todo sucede más rápido, casi siempre


     Si no te gusta el tiempo que hace, solo tienes que esperar cinco minutos, dicen ellos.


     Y a veces ocurre:  de pronto la niebla se esfuma y el cielo empieza a abrirse entre algodón y lana



     Las nubes se agarran a las cimas y a los riscos,  como sin querer irse y entonces piensas que tal vez es un volcán o que seguramente lo fue algún día o que lo vio.



     Y te apresuras, quieres estar más cerca, sentirte dentro de la nube o de la piedra.  Cada momento es vital por irrepetible


     Casi sin ruido el mar lame el pie de la piedra y el agua deja un ribete de espuma blanca en el azabache de la arena

 

     Muy arriba el viento hiela y dehilacha.  Más abajo, reparte caricias en las cimas. No sopla sobre la arena


     En milagro se asoma el verde al foro.  Le costó trabajo surgir entre la sal, la aridez, el viento, el agua y el frío.  


     Todo es silencio y calma.  Dentro y fuera


     El sol liviano vibra en el aire, rebota en las rocas, dora los muros oscuros de las faldas, irisa en los cristales derruidos arrancados a la piedra con paciencia milenaria... 


     A ratos deja alargar alguna sombra entre las dunas y el negro se vuelve más ocuro mientras el verde revive.



     El día se alarga en una tarde sosegada, dulce, leve, suave, tibia y remolona.  Tal vez basten otros cinco minutos para diluirla en gris, perla, ceniza u oscuro, casi negro, pero de momento queda el destello grabado en el aire y la retina.


A los dioses sólo pido que me concedan el no pedirles nada” (Ricardo Reis- Pessoa)